Capítulo 1: Señorita Lintrey - Parte 15




Ahora que lo pensaba, no era simplemente que tuviera buena suerte contra la mala fortuna.

Si Dios existiera, seguramente habría derramado bendiciones sobre Demian no solo una o dos veces. En cambio, lo habrían reprendido por su fe tan deficiente, y muchos sacerdotes habrían sentido celos diciendo que Dios favorecía solo a Demian.

No en vano Paul lo evitó durante un mes llamándolo loco, un demente.

Se oyó un disparo más cercano que antes.

Demian volvió a correr. Pero los disparos enemigos se acercaban más y más, y sus piernas se volvían cada vez más pesadas.

¡Bang!

Una bala le rozó la oreja izquierda. No lo alcanzó directamente, pero por la sensación, le parecía que la oreja ardía. Demian se frotó el borde con la mano izquierda y, mientras corría, pensó.

Voy a morir así.

La palabra ‘muerte’ se clavó en su mente. Entonces, su corazón comenzó a latir con fuerza descontrolada.

Si aquella bala hubiera volado un poco más hacia la derecha, su cabeza habría estallado y estaría muerto. Solo había tenido suerte. Pero no podía saber cuánto tiempo duraría esa suerte.

Las balas lo perseguían desde atrás. La dirección de su huida era la contraria a la del cuerpo principal de su ejército. Estaba solo, mientras que al frente debía haber por lo menos una unidad del tamaño de un pelotón, lo que hacía muy probable que lo descubrieran aunque intentara esconderse. Su brazo derecho estaba más dañado de lo que pensaba, y ni siquiera podía sostener bien el fusil.

A esto se le llama estar en jaque mate.

Demian sonrió débilmente. No sabía por qué le salía la risa, pero aun así rió. Sin embargo, no se sintió aliviado.

Esta vez sí iba a morir.

Siempre había llamado al campo de batalla un abismo mortal, así que no era extraño que él mismo muriera allí.

Sí. ¿Será que al fin muero de esta manera? Es una lástima no poder confirmar qué hay al final de esta guerra, al final de mi lucha... pero, bueno… no es que tenga algo que hacer vivo ni que me importe tanto esta vida, así que... supongo que da lo mismo.

Demian negó con la cabeza.

Decía que daba lo mismo, pero… no quería decir que deseara morir. Tenía que seguir corriendo, esquivar al enemigo, y si encontraba un respiro para recuperar el aliento, entonces pensar en un modo de sobrevivir…

Su mente flotaba, fragmentada por la falta de sangre, y cuando sacudía la cabeza para despejarse, oyó un objeto cortando el aire. Más lento que una bala, pero más grande.

Demian giró rápidamente la cabeza y vio el objeto que venía directo hacia él.

Era como si el tiempo se moviera más despacio, pudo verlo con claridad y reconocer su forma exacta.

Era una granada. Volaba directo hacia Demian. Más rápido, mucho más rápido que él podía huir.

‘Esto no lo puedo esquivar.’

Cuando pensó que iba a morir, su corazón se agitó frenéticamente. Pero, llegado el verdadero peligro, al ver la granada, Demian pudo mantener la calma.

Cuando aceptaba lo peor, lograba entrar en un estado de semi-desapego que le permitía razonar y salvar la vida. Sin embargo, esta vez, por más que lo pensara con frialdad, no encontraba ninguna manera de escapar.

No podía evitarlo.

Si no podía evitarlo… significaba que moriría. No era una muerte inesperada, después de todo…

Y entonces, creyó escuchar una voz que no podía sonar allí.


「Si usted muere en combate, yo lo lamentaré de verdad y lloraré amargamente.」


Un día, alguien le había dicho eso a Demian. Sin duda era una voz desconocida. Pero era también una voz que había imaginado incontables veces.

Los labios de Demian se movieron.


“Lintrey… yo…”


「Así que, por favor, venga a verme sano y salvo.」


Ah… no quiero morir.

Ese pensamiento cruzó por Demian sin que él mismo lo notara. Y antes de sorprenderse de haberlo pensado, un estruendo resonó, y después de eso, todo fue oscuridad.


* * *


Los párpados percibieron una luz brillante.

Demian, dominado por el deseo de seguir durmiendo, intentó volver a caer suavemente en el sueño, pero un dolor desgarrador recorrió todo su cuerpo y no tuvo más remedio que abrir los ojos de golpe.


“Ghhhaaaah…”


Un gemido de dolor escapó de sus labios, aunque la voz no salió como quería. Sentía en la garganta un sabor metálico a hierro. Todo su cuerpo dolía tanto que casi deseaba perder el conocimiento otra vez.

Demian, jadeando, parpadeó varias veces. La vista, antes borrosa, comenzó poco a poco a aclararse y le permitió distinguir el entorno.

Lo primero que captó su atención fue la ventana frente a él. El sol del mediodía entraba a raudales por el vidrio descubierto, sin cortinas.

Desvió la mirada para observar dónde se encontraba. Vio paredes completamente blancas y, a un lado, dos camas vacías alineadas en fila. Un tenue olor a alcohol y medicinas impregnaba el aire.


“¿Un hospital…?”


No tenía idea de por qué estaba allí. Demian intentó reconstruir su último recuerdo.

El bosque. El humo de las granadas. Estaba corriendo con los pulmones a punto de estallar…

El dolor de cabeza le dificultaba hilar los pensamientos, pero poco a poco logró recomponer los recuerdos fragmentados.

Mientras corría… una granada de mano voló hacia él, y pensó que había llegado su final…


“¿Acaso… no morí por un pelo?”


No parecía el más allá. El lugar resultaba demasiado real, demasiado impregnado de vida cotidiana como para considerarlo tal.


“Si es un hospital… debería haber un timbre para llamar al personal médico…”


Movió los ojos, pero no pudo encontrar ninguno. Probablemente estaba junto a su cabecera.

Intentó alzar la mano derecha, pero le faltaban fuerzas, y apenas pudo agitarla débilmente bajo las sábanas.

En su lugar, giró un poco hacia la izquierda, apoyándose con el codo para elevar el torso en una postura ladeada. Extendió la mano derecha a tientas para buscar el timbre cuando…


“…Qué…”


Demian se quedó sin palabras y contuvo la respiración. Sin darse cuenta, sus pupilas temblaron.

La manga derecha de su chaqueta colgaba floja y oscilaba. Demian, por reflejo, la sujetó.

Pero lo único que pudo atrapar fue un trozo de tela delgada: lo más importante no estaba allí. A toda prisa palpó la parte derecha de su cuerpo y remangó la manga. Entonces, sin proponérselo, dejó de respirar.

La parte inferior de su antebrazo derecho había desaparecido en algún lugar.

Demian abrió la boca, luego la cerró, y sin querer comenzó a mirar alrededor. Como si en algún rincón estuviera tirado su brazo perdido. Pero era imposible.

Aun así, intentó levantarse de la cama para buscarlo. Sin embargo, su cuerpo no tenía fuerza alguna, y cayó estruendosamente rodando al suelo bajo la cama.


“Ugh…”


Ya todo su cuerpo dolía como si lo atravesaran cuchillas, y al golpear contra el piso, un dolor indescriptible le siguió.

Mientras se encorvaba y gemía, escuchó pasos afuera; alguien abrió de golpe la puerta y entró.


“¡Oh! ¡Paciente!”


La dueña de la voz, que se había sorprendido y soltado un grito sin querer, corrió hacia él y lo ayudó a incorporarse.


“¿Recobró la conciencia? Por ahora, acuéstese.”


Demian volvió a caer sin fuerzas sobre la cama. Por la ropa de la persona que lo sostuvo, parecía una enfermera.

Tosió varias veces con la garganta seca y, finalmente, abrió la boca:


“Ha… ¿dónde estoy…?”


Preguntó con voz completamente resquebrajada, y la otra respondió:


“Está en un hospital.”


Eso ya lo sabía. Lo que no entendía era por qué estaba tendido en un hospital, o más bien, cómo había llegado hasta allí.

El lugar donde había combatido estaba lejos de viviendas, en una montaña solitaria. Y aunque se librara una batalla, no había manera de que civiles rondaran cerca.

Se le agolpaban las dudas, pero la enfermera, mientras revisaba su estado y ordenaba los tubos de suero colgando de su brazo, le dijo.


“Espere un momento. El doctor vendrá a explicarle todo.”

“Pero…”


El deseo de preguntar lo que ocurría era demasiado fuerte, así que la orden de esperar lo volvió aún más ansioso. Cuando Demian extendió su mano izquierda con inquietud, la enfermera, como si lo comprendiera, la tomó con suavidad.


“Está bien. Solo será un momento.”


Y salió de la habitación a pasos rápidos. Demian miró con el rostro vacío hacia la puerta, y luego bajó la vista a su brazo derecho ausente.


“Ah…”


Soltó un suspiro sin poder evitarlo.

Movió el hombro derecho varias veces, exactamente la zona donde el brazo ya no estaba. Intentó forzar los músculos como si flexionara el codo, pero la sensación era extraña. En su mente estaba seguro de haber movido el brazo, pero como no lo veía, una disonancia lo confundía.

Volvió a dejar sobre la cama lo que quedaba de su brazo derecho y pensó:

‘¿Es barato en comparación con la vida…?’

Su estado físico era desolador, pero no estaba tan perturbado como cabría esperar. Como pensaba, perder el brazo era mejor que perder la vida.



CRÉDITOS

TRADUCCIÓN: Ciralak

CORRECCIÓN: Ciralak


Comentarios