Capítulo 1: Señorita Lintrey - Parte 16




Demian decidió, por lo pronto, aceptar aquella realidad.

Hasta ahora, en las múltiples batallas que había atravesado, las ocasiones en que estuvo a punto de morir eran incontables, y sin embargo había salido ileso, sin heridas graves, lo cual ya era un verdadero milagro. Aquella suerte, sin embargo, había llegado a su fin aquí.

No, pensándolo bien, esto también podía considerarse buena suerte. ¿Cómo no iba a serlo? Una granada había explotado justo delante de él, y lo único que había perdido era un brazo mientras su vida seguía intacta. Era un trato favorable.

‘Soy diestro, así que hubiera sido mejor que fuera el izquierdo el que volara.’

Con esa calma absurda, tanteó su propio cuerpo con la mano izquierda. Sentía, bajo la ropa, la presión de los vendajes que lo envolvían de pies a cabeza.

No había un solo lugar que no le doliera, y salvo su brazo derecho, no lograba imaginar con claridad dónde ni cómo estaba herido. Se preguntaba cuándo vendría un médico a explicarle su estado…


“¡Demian!”


Un estrépito resonó fuera, y acto seguido la puerta de la sala fue abierta de golpe por Paul Jeska. Tras él, entró un hombre con bata blanca, que debía de ser el médico.

Con el semblante aturdido de quien sueña, Demian miró primero a Paul y luego volvió la vista hacia el médico.

Poco le importaba que Paul corriera hacia él, lo que le preocupaba era entender su propio estado. Pero Paul no le dejó en paz.


“¡Demian, maldita sea! Estaba redactando tu notificación de defunción cuando recibí la llamada del hospital, ¡casi me caigo de espaldas! ¡¿Cómo demonios has sobrevivido a esto otra vez?! ¡Tu vida está colgando de un hilo, pero ese hilo es más resistente que el acero!”


La voz de Paul resonaba tan fuerte que le dolía la cabeza. Por instinto, Demian trató de levantar la mano derecha para hacer un gesto de negación… pero bajo su codo solo había un vacío.

Miró el lugar donde antes estaba su mano derecha y, algo incómodo, echó una rápida mirada hacia Paul. Este suspiró hondo antes de continuar.


“Comparado con morir, esto no es nada.”

“Yo también lo creo.”


Apenas había dicho unas palabras y ya le dolía la garganta. Pidió agua, y Paul le pasó la cantimplora que llevaba. Mientras Demian bebía, el médico comenzó a explicarle su estado.

En resumen: cuando la granada lo alcanzó y apenas conservaba el aliento, fueron unos refugiados que huían tarde del pueblo quienes, por suerte, lo encontraron.

Lo trasladaron al hospital, donde permaneció inconsciente durante una semana.

Por fortuna, pudieron identificarlo gracias a la placa militar que llevaba al cuello. Pero, al tratarse de una guerra librada en tierras extranjeras, la administración del ejército de Istarica estaba en completo desorden, y tardaron varios días en confirmar su identidad.

Mientras tanto, le habían extirpado una cuarta parte del hígado, cosido y reparado varias heridas, y aunque intentaron salvar su brazo derecho, estaba en un estado irrecuperable y tuvieron que amputarlo.


“De todos modos, ¿no está en peligro su vida ahora mismo?”


Ante la reacción brusca de Demian, el médico respondió con una expresión ambigua.


“Si la herida no empeora, estará bien, pero siendo sinceros, en el estado actual del paciente no sería raro que su cuerpo se deteriore en cualquier momento…”

“De momento sigo vivo, así que supongo que de alguna manera me las arreglaré.”


Junto al médico, Paul se cubrió los ojos con la mano y negó con la cabeza.


“¿Además de la mano derecha, hay otra parte con discapacidad o secuelas?”

“Como ha perdido un cuarto del hígado, debe tener cuidado con eso. Y evite beber alcohol en lo posible.”


A Demian no le gustaba mucho la bebida, así que eso no le preocupaba. Perder el brazo derecho le dolía en el alma, pero aun así, ya era una suerte haber salido con vida.


“¡Oye, muchacho! ¿Sabes con qué cara de funeral anduvieron tus hombres? Justo después de que nos uniéramos al cuerpo principal, formaron un escuadrón de búsqueda diciendo entre llantos y gritos que querían ir a buscarte. ¡Tuve que sudar sangre para calmarlos! Bueno, les hice saber tu situación, así que ahora mismo deben estar llorando a mares.”

“Ja, ja…”


Demian esbozó una sonrisa amarga. Le pesaba haberles generado ese sentimiento de deuda, pero no había nada que pudiera hacer.


“Ah, cierto, ¿la Sargento Nicole no transmitió mi mensaje al Mayor?”


Ante las palabras de Demian, Paul parpadeó y negó con la cabeza.


“¿Mensaje? No he recibido nada en particular.”

“Después de pedir refuerzos tantas veces y que ni siquiera escuchara, ¿se siente satisfecho ahora, maldito bastardo?”


Demian añadió unas cuantas palabras más al recado original. Al menos no escupió.


“…”

“Eso fue lo que le pedí que transmitiera.”


Si al menos lo hubiera dicho con rabia abierta, lo habría entendido. Pero como lo dijo con el mismo semblante indiferente de siempre, Paul no tuvo más remedio que guardar silencio un momento buscando una excusa.

Finalmente, soltó un largo suspiro y habló.


“Fueron ellos los que bombardearon primero. Parece que habían descubierto nuestra operación.”

“Ah, ya veo.”


Como Paul no dio más explicaciones, Demian respondió brevemente.

Si sonaba a sarcasmo, no era mera ilusión. Mientras Paul, que era su superior, se preguntaba por qué tenía que soportar semejante trato, Demian, aún con una sensación irreal, observaba su brazo derecho.


“Con esto, supongo que no podré sostener un arma por un tiempo, ¿verdad?”


Paul se quedó atónito. ¿Cómo podía decir algo así mirando el brazo que había perdido? ¡Lo importante ahora no era si podía empuñar un fusil o no!


“Me temo que… será difícil regresar a la unidad.”


Al escuchar a Demian decir aquello, Paul asintió con el rostro sombrío.


“Se le concede la baja, Teniente.”


* * *


Demian, tras recuperar en parte la estabilidad, fue trasladado del hospital civil donde estaba ingresado a un hospital militar.

Allí continuó con el resto del tratamiento y, cuando ya comenzaba a acostumbrarse a la ausencia de medio brazo derecho y podía recibir atención ambulatoria, Paul volvió a visitarlo.

En la mano de Paul estaban el certificado de baja de Demian, sus pertenencias que había dejado en el campamento, y un billete de tren con destino a Istarica.

Demian se quedó mirando durante un buen rato el certificado de baja.

Abandonar el ejército… le resultaba más real que haber perdido el brazo. Mientras contemplaba absorto aquel documento, Paul fue sacando varios papeles.


“De momento, recibirás una pensión a tu nombre. Aquí puedes anotar la cuenta bancaria donde quieras cobrarla, y en esta parte la dirección a la que deben llegar los documentos relacionados.”


Ante esas palabras, Demian levantó lentamente la cabeza.


“Ahora que lo pienso, no tengo adónde regresar…”

“…¿Qué?”

“Me alisté en cuanto salí de los dormitorios de la academia… Y como ya soy adulto, no puedo volver al orfanato.”


Paul se rascó la sien y murmuró.


“Por ahora, ¿no podrías poner la residencia del Marqués Jeska como dirección?”


Entonces el rostro de Demian se contrajo con dureza.

Mostró sin reservas su firme negativa a verse involucrado con el Marqués Jeska, aunque le costara la vida, y Paul sonrió con amargura.


“¿Puedo informar de la dirección más adelante? Dinero no me falta, así que en cuanto llegue a Istarica buscaré una pensión o una casa de huéspedes.”

“Está bien. Hazlo así.”


Demian tomó la pluma que Paul le tendía para firmar los papeles. La tomó pero…


“Soy diestro…”


Murmuró Demian, y Paul mostró un gesto de contrariedad.

Demian jamás había escrito con la izquierda, así que ni siquiera podía firmar adecuadamente. Comer con la mano izquierda y derramar la comida ya era habitual para él.

Aun así, la firma debía ser de su puño y letra, por lo que, con la mano temblorosa, logró apenas garabatear algo que parecía un dibujo infantil.


“Tenía que faltarme precisamente la derecha… qué incomodidad.”


Mientras Demian murmuraba, Paul escribió algo en una hoja en blanco y se la entregó. Al verla, Demian encontró una dirección anotada.


“Es el mejor fabricante de prótesis que conozco. Como he visto a muchos hombres perder alguna extremidad, tengo ciertos contactos relacionados. Si dices mi nombre, te atenderán bien. No será como tu mano original, pero no tendrás problemas para tu vida cotidiana.”


La prótesis de la que hablaba Paul no era simplemente un brazo artificial con la forma del miembro perdido.

El taller que le recomendaba elaboraba brazos mecánicos en los que se conectaban los nervios del muñón, permitiendo movimientos precisos y naturales, casi como los de un miembro real.

Era la mejor opción para quienes habían perdido un brazo o una pierna, aunque tenía un inconveniente: su precio era exorbitante.


“Ya veo…”


Demian pensó cuántos ceros llevaría el precio de una prótesis de mano, y en lugar de rechazarla, la dobló con cuidado y la guardó en su cartera.

Cuando los trámites y el papeleo terminaron en cierta medida, Paul extendió la mano con un gesto de pesar.


“Entonces, felicidades por tu baja… cuando termine la guerra, nos volveremos a ver en Istarica.”0


Sinceramente, Demian no quería volver a ver a nadie de la familia Jeska. Sin embargo… si se trataba de Paul, quizá estaría bien. Demian sonrió ampliamente y estrechó la mano que Paul le ofrecía.


“De acuerdo.”


Paul apretó su mano y la agitó con fuerza arriba y abajo, luego preguntó.


“¿No hay algo que quieras hacer ahora que te diste de baja?”

“Algo que quiera hacer…”


¿Algo que quisiera hacer? Para Demian, que se había enlistado precisamente porque no tenía nada que desear, aquellas palabras no eran más que una ilusión lejana.

En ese momento, ¿por qué sería? Le vino a la mente aquella frase que le había parecido escuchar como un susurro en su cabeza justo antes de que explotara una granada.


「Así que, por favor, venga a verme sano y salvo.」


¿Por qué habían resonado las palabras de la Señorita Lintrey en un instante de muerte inminente?

Desde un principio, jamás había pensado en cumplir esa promesa de ir a verla.

Pero cuando recordó la súplica de Lintrey, pensó que no quería morir. Demian, que había vivido sin desear la vida, por primera vez pensó que no quería morir.

Con cierta vacilación, dijo.


“No es tanto algo que quiera hacer… pero hay alguien a quien quiero ver.”


Una vez que lo expresó en palabras, la decisión se afirmó en él. Con ojos que por primera vez en mucho tiempo recobraban vitalidad, asintió.


“Debo ir a verla.”



CRÉDITOS

TRADUCCIÓN: Ciralak

CORRECCIÓN: Ciralak


Comentarios