Capítulo 7: Por ti - Parte 9
Píldora anticonceptiva de emergencia.
Ian también sabía bien lo que era.
Era una pastilla para evitar que hubiera un embarazo en caso de una relación inesperada.
Era natural que Jina la buscara después de haber tenido sexo con él sin preservativo de manera imprevista.
Sin embargo, no entendía por qué sentía desagrado.
Ian pensó si en sus recuerdos había algún otro significado insultante relacionado con el acto de comprarla, pero no existía tal cosa.
Cuando Jina intentó prepararse para salir, Ian le sujetó el brazo.
“Tú no necesitas salir. Haré que la traigan en seguida.”
“No, yo lo haré…”
“¿A dónde piensas ir en ese estado?”
Entonces Ian llamó a algún lugar por teléfono. Ella quiso detenerlo, asegurándole que estaba bien, pero Ian, como si no hubiera manera de convencerlo, le clavó un dedo en el pecho.
“¡…!”
En ese instante, Jina se encogió por el punzante dolor. Justo había presionado la parte endurecida y sensible por haber sido mordida repetidas veces.
Las lágrimas casi brotaron. Cuando lo miró con ojos llenos de reproche, él chasqueó la lengua y dijo:
“Lo ves”
“Esto no tiene nada que ver con…”
“Ah, tengo que pedir un favor.”
En ese momento, la otra persona contestó la llamada y la conversación con Ian se interrumpió.
Él parecía tener más cosas que encargar, así que pidió varias y la llamada se alargó.
Mientras tanto, Jina levantó la camisa que llevaba puesta. Justo en el lugar donde Ian había pinchado con el dedo, estaba la marca de mordida más grande.
‘Si alguien me ve, pensará que fui atacada por una bestia y que logré sobrevivir.’
Ian había dejado marcas por todo su cuerpo como si estuviera desesperado por devorarla.
Jina pensó que quizá eso también formaba parte de su fetiche y agradeció que fuera invierno.
De no ser así, habría tenido que llevar ropa fuera de temporada solo para cubrir esas vergonzosas huellas.
“Dicen que la traerán en seguida.”
Al cabo de un momento, Ian colgó y regresó.
“Podía haber ido yo misma a comprarla.”
“Ya basta. Espera nada más.”
Mientras tanto, un perro negro seguía a Jina muy de cerca.
“Que ni siquiera tuviera placa… ¿de verdad de dónde apareciste?”
Por el tamaño, parecía que hacía tiempo que había crecido completamente. Si era así, ¿habría estado viviendo en la calle todo ese tiempo?
Al pensar en qué habría comido para sobrevivir, sintió lástima por el animal.
“Debería ponerle un nombre.”
Jina se inclinó y acarició la cabeza del perro. El perro acercó la cabeza como pidiendo más.
“Será mejor que Ian sea quien te nombre. Al fin y al cabo, es él quien tendrá que hacerse cargo de ti de inmediato.”
Aunque no pudiera entender las palabras, el perro asintió como si comprendiera.
“Qué listo.”
Aunque era un perro negro, con ese grado de inteligencia sería más que suficiente para ser querido.
Mientras esperaba a que Ian terminara la llamada, Jina echó un vistazo al primer piso.
En comparación con la gran mansión de Hampstead Heath, aquel lugar era más pequeño, pero aun así bastante amplio. En ese momento no había señales de otras personas en la casa, pero como esa también era una de las residencias de los Aylesford, era evidente que allí trabajaban empleados.
Eran personas que dedicaban el día entero a vigilar los movimientos del presidente y de Ian. Por lo tanto, ya se habrían imaginado lo que ella e Ian habían hecho al quedarse solos en la mansión, tras hacer que todos los demás se retiraran.
‘Es un poco… vergonzoso.’
Nunca habría imaginado que llegaría un día en que tendría que pedirle a otro que consiguiera una píldora anticonceptiva de emergencia.
Unos minutos después, se escuchó un golpe en la puerta.
Antes de que Jina pudiera moverse, Ian salió, tomó lo que estaba colgado del picaporte y se lo entregó.
“¿Dónde está la cocina?”
“Por aquí.”
Él la guio hacia la cocina. Al entrar, apareció ante sus ojos una estancia espléndida que merecía toda admiración.
Al abrir el refrigerador, descubrió que estaba repleto de ingredientes frescos, exactamente igual que en la mansión de Hampstead Heath.
Sacó agua mineral, se tragó la pastilla y luego leyó la instrucción impresa detrás de la caja.
Decía que si se tomaba dentro de las 72 horas posteriores a la relación, tenía un 97% de eficacia anticonceptiva.
‘La tomé pronto, así que no debería haber problema.’
Jina jugueteó con la caja mientras pensaba en su ciclo menstrual.
Desde pequeña había sido tan irregular que nunca sabía cuándo iba a presentarse.
Últimamente, quizá por el estrés, llevaba meses sin aparecer. Así que, en realidad, la probabilidad de que estuviera embarazada era muy baja.
‘Aun así, era mejor dejarlo todo en claro.’
Mientras pensaba eso y estaba a punto de tirar la bolsa de papel, su mirada se cruzó con la de Ian, que la observaba con el rostro serio.
“¿Ian?”
No podía entender por qué él ponía esa expresión de desaprobación al verla tomar las pastillas anticonceptivas.
O tal vez, quizá también se preocupaba por ello.
“¿Por qué tienes esa expresión?”
“Es que… solo estoy preocupado.”
“¿Por un embarazo? Ya las tomé, así que estaré bien.”
“No, me preocupa tu cuerpo.”
Entonces Ian tomó la bolsa de papel y los envoltorios de las pastillas de la mano de Jina, los olfateó y, aunque no desprendían ningún olor especial, frunció el ceño como si hubiera percibido algo desagradable, para luego arrojarlos de inmediato al cubo de basura.
“La próxima vez, yo me encargaré primero.”
Jina estaba a punto de asentir, pero al escuchar la palabra ‘próxima’ que él pronunció, su rostro se encendió de golpe.
‘Próxima vez.’
Parecía claro que Ian tenía la intención de continuar con aquella relación por un buen tiempo.
* * *
“¿Qué es todo esto…?”
El inspector Hangwood entrelazó las manos detrás de la cabeza y se recostó en la silla.
La noche anterior, la comisaría de policía de Londres se había puesto de cabeza. El Conde Carrington, noble y uno de los empresarios inmobiliarios más importantes de Inglaterra, había fallecido repentinamente.
“Una caída accidental.”
La policía que verificó la escena anunció que su muerte se debía a un accidente por caída.
Había aparecido muerto al pie de las escaleras de la biblioteca de dos pisos, con el cuello roto.
Sin embargo, había muchos aspectos extraños. Si hubiera muerto por un impacto de esa magnitud, otras partes del cuerpo también deberían haber mostrado huellas del golpe. Pero él tenía roto únicamente el cuello, de manera impecable.
En casos así, lo común era que alguien le hubiera roto el cuello y luego hubiera simulado que la muerte fue accidental.
‘Pero nadie entró.’
Todas las entradas de aquella mansión, excepto el espacio privado del Conde Carrington, eran vigiladas las 24 horas por cámaras de seguridad.
En cuanto se recibió el caso, la policía revisó de inmediato las grabaciones. No aparecía nada.
Ni en el balcón, ni en la entrada de la biblioteca.
El Conde Carrington había entrado, y después su secretario entró y salió. Hasta ese momento, el Conde seguía con vida. Pero desde entonces, hasta que la sirvienta entró en la mañana y encontró el cadáver, no había ingresado nadie más.
‘Dicen que tampoco falta nada.’
La sirvienta encargada de la limpieza testificó que, dado que él sufría de una ligera obsesión, siempre mantenía sus pertenencias en perfecto orden.
Todos los objetos en la biblioteca estaban intactos. Incluso el dinero dentro de los cajones permanecía completo.
Solo los familiares señalaron que no aparecía el anillo que él siempre llevaba en la mano.
Pero cuando entró a la biblioteca, tenía la mano en el bolsillo, de modo que no había manera de confirmar si lo llevaba puesto o no.
Él se incorporó y abrió la página web de un periódico. La noticia ya se había difundido, y varios medios publicaban su muerte como noticia de última hora.
Muerte del Conde Carrington
La desgracia que persiste en la casa Carrington
Hacía poco el heredero quedó reducido a un incapaz, y ahora el jefe de familia había muerto.
“Esta familia también es tan exclusiva como los Aylesford, así que habrá un gran alboroto.”
Por un tiempo, parecía que el negocio de la familia Carrington iba a desmoronarse de una u otra manera en el ámbito económico.
Andy miró un rato más la ventana de internet y volvió a recostarse.
Era un gran incidente, sí, pero no era de su responsabilidad.
Algo así era un caso que los superiores tendrían que resolver con calma.
Lo que lamentaba era que la investigación sobre drogas que él estaba siguiendo también podría terminar quedando en nada.
Mientras suspiraba profundamente con el corazón vacío, otro compañero que entraba a la oficina lo miró y le hizo un gesto con la mano, como llamándolo.
“¿Qué pasa?”
“Jean Derbis. ¿Lo conoces, verdad?”
Al escuchar el nombre del paparazzi freelance al que a veces le pedía fotos de manera personal, el rostro de Andy se endureció.
“¿Qué pasa con Jean?”
“Está muerto.”
“¿Qué? ¿Cómo?”
El sueño que lo embargaba desapareció de golpe.
“Eso habrá que confirmarlo con la autopsia. Pero ya sabes, es obvio. Era mayor, fumador empedernido, además bebía mucho. También dicen que tenía una enfermedad crónica. Como no tiene familia, parece que lo van a cremar de inmediato, sin funeral. Y esto es parte de sus pertenencias.”
El compañero le entregó varias tarjetas de memoria dentro de una bolsa de plástico.
Y le susurró en voz baja:
“Me las traje a escondidas, así que haz las copias rápido y devuélvemelas. Si encuentras alguna foto que pueda servir como caso, me das una copia.”
Con esas palabras, Andy tomó de inmediato las tarjetas de memoria y se dirigió a su escritorio. Antes de ponerlas en el lector, dedicó una breve oración por el difunto, y enseguida comenzó a copiarlas.
Apareció un mensaje indicando que había muchos archivos y que debía esperar.
“Veamos…”
Jean era un paparazzi que solía recibir más encargos personales que dedicarse a fotografiar celebridades.
Por eso, a veces conseguía imágenes que podían comprometer a políticos, nobles o incluso a miembros de la realeza.
Quizás entre las fotos que tomó hubiera algo de ese tipo.
Andy empezó a revisar las primeras imágenes copiadas. Apenas había pasado unas cuantas cuando.
“¿Eh?”
Sorprendido, detuvo la mano.
Allí aparecía Jina Trollet, de pie con un gran abrigo masculino sobre los hombros, y detrás de ella, Ian sonriendo mientras la observaba.
CRÉDITOS
TRADUCCIÓN: Ciralak
CORRECCIÓN: Ciralak
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