Capítulo 7: Por ti - Parte 8



Al final, los dos salieron del baño después de que pasó bastante tiempo.

Ian, en lugar de Jina, que no podía mover ni un dedo, le limpió con esmero cada rincón del cuerpo.

Incluso durante el baño hubo por un momento un toque íntimo, pero ella no tenía fuerzas ni para reclamar, así que lo dejó pasar.

Entonces, al parecer él se dio cuenta de que de verdad estaba agotada, pues solo se limitó a secarle en silencio la humedad.

Jina volvió a quedarse dormida así, tal cual.

Cuando, tras dormir como muerta, volvió a abrir los ojos, el reloj electrónico en la mesita junto a la cama marcaba las 8 de la noche.

‘O sea, que estuve teniendo sexo desde la mañana hasta la tarde, me desmayé, luego otra vez en el baño, me quedé dormida y ahora es esta hora, ¿verdad?’

Ante el tiempo transcurrido de manera increíble, Jina murmuró sin darse cuenta.


“Estoy loca……”

“¿Qué pasa?”

“¡Ah!”


Al escuchar una voz detrás de ella, Jina se sobresaltó y se giró. Entonces un dolor aún más agudo que el de unas horas antes se concentró en su cintura.


“Ah… ugh…”


El dolor punzante y eléctrico, tan fuerte que parecía que se le iba a dislocar la espalda, la obligó a aguantar la respiración y a golpear su cintura con la mano.

Ni siquiera cuando había cargado cajas pesadas todo un día le había dolido tanto la espalda.

Con dificultad giró la cabeza y vio a Ian, que estaba tumbado de lado, apoyando la barbilla en una mano.

Él, vestido con una camisa blanca cómoda y pantalones, lucía impecable, a diferencia de Jina, que se retorcía de dolor.

Sin rastro de cansancio ni de desorden, Jina lo miró con enojo.


“Ah.”


Y de nuevo dejó escapar un quejido de dolor en la espalda.


“No hagas esos sonidos. Me dan ganas de hacerlo otra vez.”

“De verdad estás loco…”

“¿Eso me lo dices a mí?”

“¿Y a quién más se lo diría?”


En realidad era algo que se decía a sí misma, pero fastidiada, terminó lanzándole esas palabras.


“Si estabas al lado, al menos podrías haber hecho ruido. Entonces me habría despertado un poco antes.”


Quizás hasta el gesto de ella, resoplando y mirándolo con furia, le parecía encantador, porque Ian se rio entre dientes y se levantó.


“De todas formas, ya pensaba despertarla.”


Jina, que lentamente se incorporó siguiendo a Ian, se dio cuenta de que, al deslizarse la manta hacia abajo, no llevaba absolutamente nada encima.


“Dijiste que tiraste toda la ropa que llevaba puesta, ¿verdad? Entonces, ¿podrías darme aunque sea una bata? Necesito cubrirme con algo.”

“No te preocupes por la ropa. Más bien, ¿puedes caminar?”


Ian se acercó y, como si estuviera escoltándola a un banquete, le tendió la mano.

Después de haberla arrastrado de manera tan salvaje, resultaba absurdo verlo fingir ser un caballero, pero Jina tomó su mano pensando que, al fin y al cabo, ¿cuándo tendría otra oportunidad de jugar a algo así?

Se levantó apoyándose en su brazo, aunque sus piernas temblaban de manera ridícula. Siempre había creído que esas escenas eran exageraciones propias del cine, pero no lo eran.

Le costaba creer que, solo por haber tenido sexo, el cuerpo pudiera quedar realmente así.

Quizás debería simplemente pedirle que le trajera algo. Mientras Jina dudaba, Ian abrió otra puerta conectada a la habitación.

Jina miró dentro, preguntándose qué estaba pasando, y se quedó boquiabierta.

Era un vestidor. Si hubiera sido un simple vestidor, no le habría sorprendido tanto, pero estaba completamente lleno de ropa de mujer.

El orden impecable hacía que se sintiera como si estuviera frente a la sección de una tienda por departamentos.

Al ver semejante cantidad de cosas, pensó que aquello debía tener dueña y quiso retroceder, pero Ian la sujetó.


“¿Adónde vas?”

“No, es que este vestidor parece de otra persona…”

“¿Otra persona?”


Ante el murmullo de Jina, él puso cara de no entender de qué hablaba. Unos segundos después soltó una carcajada y, llevándola adentro, abrió el cajón de un armario cercano.

Dentro había ropa interior perfectamente ordenada.


“Póntela.”


Jina tomó lo que él le ofrecía.

Era lógico, en cierto modo. No había señales de que alguien la hubiera usado antes; era evidente que eran piezas nuevas. Pero entonces… ¿por qué había tantas allí?

Mientras miraba alrededor con desconcierto, algo conocido captó la atención de Jina.

‘Eso es’

Un abrigo de lana de color marrón claro.

Era una de las prendas que Jina había usado a petición de Ian cuando fueron juntos a los grandes almacenes. Al girar la cabeza, vio otra prenda.

Esa también era una de las que se había probado en los almacenes. Y la de al lado también. Y la que seguía.


“Eh, Ian. Por si acaso pregunto… estas ropas de aquí, no me digas que….”

“Así es. Son las prendas que te probaste ese día.”

“…”


Al recibir una respuesta tan tranquila, como si fuera lo más obvio del mundo, Jina se quedó sin palabras.

Entonces, al ver el sostén que tenía en la mano, recordó de repente algo. Cuando había intentado ponerse el abrigo, hubo personas que midieron de más las medidas de su cuerpo en varios lugares.

De momento se puso la ropa interior que él le había dado. Era de una talla aún más exacta que la que llevaba puesta, por lo que no supo qué decir. Después de haberse vestido por completo, buscó una prenda cómoda que pudiera usar.

Como si lo hubiera previsto, también había un pijama de seda colgado allí. Se lo puso y luego Jina lo miró.

Él, con los brazos cruzados, la observaba. Su rostro estaba lleno de satisfacción. La que lo llevaba puesto era ella, ¿y por qué parecía él tan orgulloso?


“En ese momento, usted dijo claramente que iba a comprar un regalo.”

“Lo compré. El regalo.”


Diciendo eso, Ian Aylesford señaló a Jina con el dedo.


“Pero en ese momento dijo claramente que no era para dármelo a mí…”

“No dije que no lo compraría, solo que no se lo daría.”


¿Qué más podía decirle Jina ante una respuesta tan serena?

Más o menos vestida, salió del vestidor. Tenía miedo de que él le dijera que todos los zapatos, bolsos y demás accesorios que había allí también estaban destinados a ella.

Al bajar, un perro negro que estaba echado al final de la escalera levantó la cabeza al escuchar sus pasos.

Ian Aylesford, que la había seguido, dijo.


“Ese perro ayudó.”

“¿Ayudó?”

“Cuando fui a buscarla, no pude localizar el lugar exacto, pero ese perro ladró y me indicó la posición. Como era un perro que nunca había visto, dudé al principio, pero al ir con la sospecha realmente estabas allí.”

“…Eso no puede ser.”


Después de pensarlo un momento, Jina le preguntó a Ian Aylesford.


“Eh, ¿dónde fue exactamente el lugar donde me encontraron?”


Entonces Ian dijo el nombre de una zona. Era un lugar que quedaba más o menos a medio camino entre la estación Angel, donde Jina había sido secuestrada, y Hampstead Heath.

Para un perro era una distancia que podía recorrer solo, pero ella recordaba claramente que había tomado un autobús para marcharse.

Entonces, ¿cómo demonios había conseguido ese perro seguirla?

¿Dónde había estado mientras ella estaba con sus amigos? Y además, ¿cómo había sabido que las personas que habían llegado buscaban a Jina y se lo había hecho saber?


“Es curioso.”


Jina se agachó y cruzó la mirada con el perro.

Los ojos que la observaban brillaban como cuentas negras. Aquel perro, cuyos mismos colmillos eran negros, no tenía ni un solo pelo blanco en todo el cuerpo. Mirar aquellas pupilas donde ni siquiera se veía el blanco de los ojos hacía dudar de si realmente se trataba de un ser vivo.

Jina extendió la mano con cuidado.

El perro, como si lo hubiera estado esperando, hundió su hocico en la palma de Jina y le lamió la mano con la lengua.


“…Gracias.”


Gruu.

Ante sus palabras, el perro gimoteó como si no fuera nada y frotó su rostro contra la mano de Jina. Al verlo así, las dudas que había tenido se disiparon en un instante.

Ahora no era más que un perro común que adoraba a las personas.

Un perro completamente negro como ese era rechazado por la gente. Quizá por las leyendas transmitidas en toda esa tierra acerca de los perros negros.

¿No había servido de motivo en muchas novelas como el perro funesto que trae la muerte?

Incluso los guardias que lo habían visto por la mañana se habían mirado entre sí, deseosos de expulsarlo cuanto antes del frente de la mansión.


“¿Qué voy a hacer contigo?”


Ella no podía criarlo.

Después de todo, como le había ayudado, al menos debía encontrarle un buen dueño. Estaba pensando si debería dejarlo temporalmente en un refugio privado pagado hasta hallar a alguien que lo adoptara, cuando de pronto.


“¿Te gusta ese perro?”

“¿Qué tiene que ver si me gusta o no? Es un perro que me ayudó.”


Mientras Jina volvía a acariciarle la cabeza con la mano, Ian habló.


“Qué bien. Al revisar, parecía un perro sin dueño. No tenía placa registrada. De todas formas sería difícil encontrar a su dueño, así que entonces lo criaremos en la mansión.”

“¿Eh? ¿En la mansión?”

“Sí. Justo murió el perro de caza y mi abuelo estaba muy apenado, así que esto viene bien.”

“Bueno, criar al perro en la mansión estaría bien, pero…”


Qué vasta era la mansión de Hampstead Heath. Incluso en Londres se contaban con los dedos de una mano los lugares tan buenos para criar un perro.

El problema era si el dueño de aquel lugar aceptaría realmente a ese perro.


“Es un perro negro, ¿no habrá problema?”

“No te preocupes por eso.”


Al escuchar las palabras de Ian, que aseguraban que no había ningún problema, Jina por fin se sintió aliviada. Si acaso el presidente decía que no, entonces ella se encargaría de buscar un lugar donde el perro pudiera quedarse con su propio dinero.

Jina se levantó y estaba a punto de dirigirse a la cocina cuando, como si recordara algo, se detuvo. Luego, con un gesto un poco incómodo, le preguntó.


“¿Dónde está la farmacia más cercana?”

“¿Por qué? ¿Te duele algo?”

“No es eso…”


Jina, titubeando, mostró una sonrisa amarga y dijo.


“Creo que necesito comprar la píldora del día después.”


En ese instante, la expresión sonriente de Ian se endureció.



CRÉDITOS

TRADUCCIÓN: Ciralak

CORRECCIÓN: Ciralak


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