Capítulo 6: Perro negro - Parte 7
Estaba loca.
Jina confirmó que su mente no estaba en condiciones normales.
De lo contrario, no habría visto jamás cómo la boca de un perro se abría como la de un monstruo para devorar a un ser humano.
Era como la imagen de una anémona de mar extendiendo sus tentáculos para atrapar a un pez. El torso del hombre ya había desaparecido en la boca, desgarrada en varias direcciones, de aquel animal.
No podía comprender cómo un adulto podía desaparecer dentro del cuerpo de un perro más pequeño que él. Tampoco le importaba averiguarlo.
‘Esto es una ilusión.’
Pero era demasiado real como para llamarlo alucinación.
¡Crrrk! ¡Crack!
Entre los sonidos de huesos rompiéndose se mezclaban gemidos ahogados y el borboteo de burbujas de sangre. El hedor metálico lo impregnaba todo, llenando la habitación.
Ante aquel espectáculo atroz y brutal, nadie fue capaz siquiera de respirar con normalidad.
El primero en recobrar la compostura fue el hombre que estaba frente a Jina.
“¡Mo-Monstruo asqueroso! ¡Muere!”
Gritó y blandió la barra de hierro que intentaba meter en la boca de Jina. El perro, con su boca desgarrada, escupió en ese instante las piernas humanas que no había terminado de tragar.
Las entrañas se derramaron sobre el suelo junto con la sangre. Entre las vísceras desgarradas se deslizó un hediondo desecho que flotó sobre el charco rojo.
“¡Ugh! ¡Uwaagh!”
Ante la visión nauseabunda y el olor insoportable, Jina no pudo contener más las arcadas que había reprimido y terminó vomitando. Fue entonces cuando la criatura giró hacia ella.
De nuevo abrió sus fauces descomunales y atrapó la cabeza del hombre que agitaba la barra de hierro.
¡Pum!
El cráneo estalló con un sonido similar al de una sandía reventando. Uno de los globos oculares salió despedido y cayó sobre la rodilla de Jina.
Rodó.
En aquel ojo desprendido permanecía intacta la misma expresión de horror y pavor que había brillado en ella unos instantes antes.
“Ah… ah…”
Incapaz de emitir un grito ante aquella situación irreal e indescriptible, Jina Trollet perdió la consciencia en el acto.
* * *
Chas. Chas, chas.
En el sótano resonaban sonidos deglutidores. La criatura, que había estado hambrienta durante un tiempo, no pudo contener el gruñido satisfecho de su garganta al darse un banquete después de tanto ayuno.
Con su larga lengua, lamió sin dejar rastro los trozos de carne que habían caído al suelo. Sus movimientos eran apresurados, como si temiera dejar escapar un solo pedazo. Tras devorarlos todos, bebió del charco de sangre que se había acumulado, como si así calmara la sed.
El chapoteo de la sangre se extendió por la oscuridad subterránea.
Tac. Tac.
Mientras la criatura seguía lamiendo la sangre con frenesí, se escucharon pasos que se acercaban a la habitación. Ante aquel sonido, de inmediato escondió su lengua y cerró su boca resquebrajada.
En un instante, su forma monstruosa desapareció y en su lugar quedó únicamente un gran perro negro. Poco después, el dueño de los pasos entró en la estancia.
¡Guau!
El perro negro mostró alegría al reencontrarse con aquel ser. Ian lo miró y chasqueó la lengua.
“Cù Sìth*”
(*N/T: es un sabueso mítico del folclore escocés, a menudo descrito como mensajero de la muerte. Es temido por muchos debido a su asociación con el más allá y suele representarse como un perro negro grande y siniestro.)
Cù Sìth.
Así como a él lo llamaban ‘troll’, los humanos llamaban a aquel perro negro ‘Cù Sìth’.
Un símbolo del diablo en forma de perro negro que merodeaba en la noche.
Una criatura cuyo aullido podía escucharse incluso a lo lejos, y que, según el terror popular, obligaba a huir antes de oír su tercer lamento.
Pero para Ian, Cù Sìth no era más que un animal débil, moviendo la cola a cambio de los restos humanos que él dejaba tras sus festines.
Cuando los equipos de rescate humanos se retrasaron en llegar, el perro negro había tomado el cuerpo destrozado de Frida Trollet y lo había arrastrado hasta la llanura. Aunque lo que quedaba era carne podrida y descompuesta, se lo llevó lejos y lo devoró hasta los últimos restos, temiendo que Ian se lo arrebatara.
La mano encontrada en el páramo había sido lo único que quedó después de que Cù Sìth terminara su festín.
El perro negro se acercó moviendo la cola y frotó la cabeza contra la mano de Ian, como pidiendo una caricia, un elogio.
Entonces, la mirada de Ian se dirigió hacia Jina, atada a una silla y desmayada. Su rostro estaba cubierto de lágrimas y mocos, y el hedor ácido de lo que había vomitado impregnaba la habitación.
Fue en ese instante, al notar la huella de una mano marcada en su cara y la quemadura de hierro sobre su ropa.
¡Keng! ¡Keeeng!
Su mano torció sin piedad el cuello de Cù Sìth. Atacado de improviso, el animal se revolvió con furia descontrolada. Sin embargo, él apretó con más fuerza.
La mandíbula de Cù Sìth volvió a abrirse, y la boca llena de dientes chocó con un sonido seco, como si pidiera desesperadamente que lo dejaran vivir. El cuello, torcido de manera grotesca, arrastraba la parte fracturada contra el suelo. Solo entonces él soltó la presa.
“Debiste morder antes de que Jina acabara así.”
Cù Sìth gimió ante sus palabras y se escondió en un rincón. Aun así, extendió la larga lengua partida en la punta y lamió la sangre que no había alcanzado a tragar.
Él dejó de prestarle atención y se acercó a Jina, desplomada en el suelo.
Jamás la había visto en un estado tan lamentable. Aunque, en realidad, era el resultado que él mismo había provocado.
‘Mi nieto necesitaba un lugar donde descargar su miseria.’
Jeremy Carrington tendría que vivir con una discapacidad de por vida. Según le habían informado, ni siquiera podía controlar por sí mismo sus necesidades más básicas; solo ponía los ojos en blanco y emitía sonidos como un animal.
Su mente había quedado destrozada por completo bajo su poder; era natural que terminara así. Y aun así, no le había quitado la vida, porque le parecía más molesto. Esa decisión solo provocó que el Conde Carrington se llenara de una furia aún mayor al verlo reducido a tal estado.
Era evidente que esa ira se dirigiría hacia Ian Aylesford. Pero, al no poder vengarse de manera abierta, buscaría atacar primero a lo que estuviera a su alcance. Y justo entonces, Jina había aparecido fotografiada junto a él.
El rumbo que tomaría aquella cólera era predecible. Por eso mismo lo dejó suceder.
La primera vez que Jina lo conoció, no ocultó el desprecio que sentía hacia él. Tal vez su sangre, por instinto, le gritaba que debía mantenerse alejada.
Su mirada cambió solo cuando la arrastró dentro de la Mansión Aylesford, con el pretexto de tenerla cerca. La había dejado sufrir por problemas de dinero, y al permitirle pagar sus deudas, ella mostró un cambio evidente en su actitud.
Gracias a ello, él comprendió cómo debía proceder en adelante.
Le daría sufrimiento a Jina.
Y, una vez que la rescatara de ese tormento, ella se acercaría a él y bajaría la guardia.
“Por supuesto, como aquello no parecía ser suficiente, también la visitaba cada noche.”
Él murmuró esas palabras mientras desataba las cuerdas que ataban las muñecas y los tobillos de Jina.
Ella se había resistido tanto que las zonas amarradas estaban completamente desgarradas y manchadas de sangre. Él sacó la lengua y lamió las heridas. La sangre, que no había probado en un buen tiempo, seguía siendo dulce.
Sin embargo, no lamió durante mucho. Aun inconsciente, el cuerpo de Jina sufría espasmos intermitentes. Al parecer, lo que había visto antes había sido un golpe demasiado fuerte para ella.
Siempre le resultaba curioso observar estas reacciones en los humanos. Al fin y al cabo, ¿acaso no eran ellos quienes también mataban y devoraban a otros animales de todos los modos posibles?
Los freían con electricidad, les arrancaban la piel con cuchillos, les cortaban el pelo. Después los troceaban y los asaban al fuego, les añadían condimentos y se los llevaban a la boca. Y sin embargo, al presenciar una muerte semejante en un ser humano, se mostraban horrorizados.
Como si jamás se hubieran detenido a pensar que ellos mismos podían ser devorados.
Él levantó a Jina en brazos. Ya le había mostrado suficiente terror y sufrimiento. Ahora era su turno de lamer esas heridas.
Al salir de la habitación, dio una orden a Cù Sìth, que estaba sentado en un rincón.
“Cómetelo todo.”
Ante sus palabras, Cù Sìth agitó la cola.
Era la orden que había estado esperando.
* * *
“Duele…”
En el instante en que abrió los ojos, Jina dejó escapar un gemido por el dolor que sentía en todo su cuerpo.
¿Qué pasaba? ¿Por qué estaba así? ¿Qué había ocurrido antes de quedarse dormida?
Trató de recomponer los fragmentos de memoria, uno por uno.
Había salido después de mucho tiempo y se había encontrado con sus amigas. Le divirtió ver la expresión molesta de Chloe, así que exageró a propósito lo ocurrido en la Mansión Aylesford.
Las amigas escuchaban con atención su relato y, cuando se dirigía a la parada de autobús para regresar a casa…
Allí, los recuerdos comenzaron a distorsionarse.
Un coche que se acercaba, una mano tapándole la boca, la vista oscurecida, un sótano, un hierro candente, un hombre que se aproximaba. Y luego, algo negro…
“¡Uuugh!”
De pronto, una oleada de náusea la sacudió. Jina se llevó la mano a la boca a toda prisa y se incorporó. Necesitaba encontrar un baño de inmediato.
Por suerte, divisó uno no muy lejos y pudo vomitar lo que aún le quedaba dentro.
“¡Ugh! ¡Ueek!”
¿Cuántas veces había vomitado ya? Pese a lo violento de las arcadas, no expulsaba más que un poco de ácido gástrico amargo.
Solo después de vomitar repetidas veces logró recuperar un poco la calma. Tiró de la cadena y, mientras enjuagaba su boca en el lavabo, se dio cuenta por primera vez de que aquel lugar le resultaba totalmente desconocido.
Era un sitio sorprendentemente pulcro y limpio.
‘¿Un hotel?’
Pero más importante aún… ¿cómo había llegado allí? Recordaba claramente cómo, frente a ella, aquellas personas…
“Habían muerto.”
Y lo habían hecho destrozados por un monstruo que apareció de repente.
Sabía bien que aquello parecía imposible, pero lo había visto con sus propios ojos. La cabeza del hombre que la amenazaba con el hierro candente había explotado… y sus globos oculares…
Contuvo a la fuerza otra arcada mientras se palpaba el cuerpo. No podía ser un sueño. Estaba segura de que en su ropa debía de quedar la marca del hierro candente que aquel hombre había presionado contra ella.
“Mi ropa…”
Tarde se obligó a bajar la mirada y a examinar su propio cuerpo. Sin embargo, no llevaba puesta la ropa que había tenido antes. Era una bata de baño sencilla, sin adornos, suave y cálida. Con apuro metió la mano para palpar el interior, pero no llevaba ropa interior.
Al recorrer su cuerpo con las manos, Jina se dio cuenta de que aún quedaban rastros de humedad en su piel. Al tocarse, comprobó que no solo su cuerpo estaba mojado, sino también su cabello. No tenía recuerdo de haberse lavado sola, así que estaba claro que alguien lo había hecho mientras ella estaba inconsciente.
Se preguntó si, tal vez, había alguna herida que ella no lograba sentir. Recorrió cada parte de su cuerpo, pero salvo un dolor leve en los músculos, no encontró cortes ni quemaduras.
Entonces, Jina acercó el brazo a su rostro y lo olió.
“Ah”
Un aroma familiar le llegó de inmediato. Era, sin duda, el aroma de Ian Aylesford.
Al comprender que alguien conocido estaba cerca, el temblor de su cuerpo cesó. Él estaba allí. El único en quien podía apoyarse…
En ese momento la puerta se abrió. Tal como había supuesto, quien entró fue Ian. Al verla incorporada, preguntó con cautela, con un tono cargado de preocupación:
“¿Ya despertaste? ¿No te duele nada?”
En lugar de responder, Jina corrió hacia él y se aferró a su cuerpo, abrazándolo como si no quisiera soltarlo.
“I-Ian…”
El pensamiento de que seguía con vida la atravesó, y al mismo tiempo las lágrimas brotaron sin contención. Incapaz de respirar con calma, sollozó con fuerza mientras lo sujetaba. La mano de Ian le dio suaves palmadas en la espalda.
En el rostro de Ian apareció una sonrisa satisfecha, como si disfrutara verla aferrarse a él. Era una expresión de la que Jina, con los ojos nublados por el llanto, no podía darse cuenta.
CRÉDITOS
TRADUCCIÓN: Ciralak
CORRECCIÓN: Ciralak

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